La noche
Al principio de una noche donde vemos todas las estrellas, un grupo de figuras humanas se aglomeran alrededor de una fogata. No están en silencio: se elevan voces y resuenan rumores de algo aún sin palabras.
Apenas terminan de comer y el cansancio de un día de labor da paso a una pausa. Murmullos suaves ganan cuerpo, gruñidos superpuestos atraviesan el espacio y forman bullicio.
La fatiga se disuelve en carcajadas abruptas y nasales. Casi ríen.
Uno imita el trote torpe del elefante joven y agita los brazos. Casi baila.
Uno más hace chocar dos guijarros lisos a veces atinando un ritmo o un compás. Casi toca.
Otra raspa consonantes sibilantes entre dientes y comienza a tararear. Casi canta.
Más lejos del fuego, una figura sentada contra un peñasco observa la escena con un bulto en sus brazos. Es la madre y su cría mama con fruición y muerde. Una mueca de dolor más tarde sus cuatro ojos se juntan: una se sabe protegida y se apacigua, la otra presiente el apego primigenio. Por las venas de las dos corre un torrente de oxitocina y pertenencia.
El grupo de homínidos que ahora miramos se estrecha alrededor de un círculo del fuego robado a un rayo ayer, hace un millón de años. En pleno Pleistoceno, descubren que hacer sonidos ahí y juntos ahuyenta el frío y los depredadores.
En ese instante comparten música, arte y comida; aprenden unos de otros y sienten el calor de afuera y el de adentro. Y ese instante transforma una mera proximidad genética en la familia, una alianza que multiplicará sus probabilidades de sobrevivir y, con el tiempo, conquistará el planeta.
La familia termina su día y comparte su destino. Casi entiende la fuerza de estar juntos.
La madrugada
Desde el primer organismo unicelular hasta los primeros homínidos,1 la reproducción fue el único hilo de continuidad y herencia genética.
La familia emerge como una adaptación evolutiva de los genes, del aprendizaje social acumulativo y del impulso de sobrevivir en un mundo profundamente hostil. ¿Qué trajo consigo? Cooperación interna, confianza de grupo, cuidado parental prolongado y linajes.
Nuestros ancestros abandonaron el entorno arbóreo, comenzaron a andar en dos piernas y consiguieron liberar dos manos. La sabana africana en aquella época2 bullía con un inmenso número de depredadores; los animales que no se adaptaron sufrieron la extinción. Nuevos niveles de cooperación para la defensa del grupo y la obtención de recursos fueron necesarios. Las familias estrecharon sus lazos internos, se juntaron en bandas y, con el paso de milenios, las bandas se unieron en tribus. El aprendizaje social se agudizó.
El grupo de H. erectus que observamos existió hace un millón de años y experimentaron un cambio fundamental en la cultura. La transición de fase se cristalizó gracias a un descubrimiento tecnológico: el uso controlado del fuego. Cocinar los alimentos facilitó la digestión y liberar esos recursos calóricos condujo a un mayor volumen cerebral.
El dominio del fuego también permitió la creación de los primeros hogares.3 Los hogares eran sitios perfectos para la socialización, compartir comida, encontrar seguridad y gozar de protección contra depredadores.
Familia es un concepto cultural y dinámico. De coincidencia genética se convirtió en la unidad social. Las primeras relaciones familiares fueron casi por completo matrilineales: solo la conexión entre la madre y su descendencia era una certidumbre. Pronto se formó un círculo virtuoso donde los hijos aprendían de la madre y con cada generación se aguzaban las herramientas cognitivas de la socialización.
No vamos a pintar un cuadro idílico de humanos arcaicos en unión con la naturaleza y entre sí. El incesto era común. Depredadores y presas ejecutaban la danza diaria de la muerte. Hombres, mujeres y niños no existían como individuos, su identidad estaba en el grupo. La mortalidad infantil por infecciones gastrointestinales era la norma.4
La mañana
El aumento de la capacidad craneana tuvo un costo alto. El ser humano recién nacido es casi inútil (contrástalo con un caballo, que de inmediato anda) durante un largo periodo y requiere de más cuidado. Fue cuestión de supervivencia que se desarrollara el otro pilar de la familia: el vínculo de la pareja.5
La alianza de la pareja es duradera, se forja en el reconocimiento de los hijos y se templa en la división del trabajo. El hombre caza, la mujer recolecta. Dan la vida por el otro.
La evidencia más clara del vínculo de pareja es la reducción del dimorfismo sexual6 que se encuentra en fósiles desde entonces. En otras palabras: de lejos y a simple vista mujeres y hombres se ven casi idénticos.
La revolución neolítica, un proceso que arrancó hace más de diez mil años, trajo la agricultura, el sedentarismo, centros urbanos, y puso a la familia al frente de la economía. El sistema patrilineal tomó las riendas.
Milenios más tarde, las sociedades de griegos y romanos son ejemplos históricos. El padre representaba a la familia y los individuos adultos seguían bajo su mando. Cuando cayó el imperio romano, las familias en gran parte del mundo eran muy diferentes a las que emergerían tras la Edad Media.
El mediodía
Thor, Odín, Isis, Mitra y Mercurio. Los dioses falsos dominan los corazones y los días que pertenecen al Señor, pensaba Gregorio Magno.
Los partidarios de Nestorio, los de Arria, los de Eutiques. Las iglesias de Oriente, los coptos y los siríacos rodean el trono de San Pedro. Paganos y herejes por doquier… De cada templo, hagamos una iglesia; de cada fiesta, una celebración de nuestros santos.7
El panorama religioso de la Alta Edad Media fue un campo de batalla con muchos frentes para capturar las almas de Europa. La Iglesia de Occidente desplegó un largo programa de ingeniería social que transformaría la familia antigua en la base de la sociedad moderna.8
La mayoría de las personas vivía inmersa en redes de parentesco: clanes, casas, linajes. Las familias extensas compartían viviendas y formaban parte de estructuras tribales más amplias. El patriarcado se afianzaba mediante matrimonios arreglados. La herencia pasaba por la línea masculina y, tras el matrimonio, la esposa solía mudarse con los parientes del marido.
La tierra era controlada de manera colectiva; incluso donde existía propiedad individual, los parientes conservaban derechos sobre ella. No se podía vender ni transferir sin el consentimiento del grupo.
A través de concilios ecuménicos y sínodos locales, la Iglesia desmanteló el orden antiguo y se procuró las tierras de sus seguidores. Las leyes de herencia fueron modificadas y, clave para la familia, se prohibió el matrimonio entre personas que compartieran un parentesco “hasta donde la memoria alcance”. El límite fue vetar las uniones entre primos hasta en sexto grado.
El resultado cambió el Occidente: se rompieron los clanes de sangre, surgieron los talleres urbanos y los gremios donde los individuos ya no dependían del apellido, aumentó la movilidad social y geográfica, y florecieron las universidades que sembrarían la ciencia. Sin un solo cambio en nuestros genes, la Iglesia acababa de reescribir la definición misma de familia y el destino del mundo.
El flujo de poblaciones y la recombinación de ideas esparció un fenómeno insólito: la confianza del extraño, que permitiría la creatividad del Renacimiento. Y por fin fue posible para las mujeres responder “Sí, acepto.” en la ceremonia de matrimonio. Con la monogamia nacieron las ideas de envejecer juntos y del amor eterno.
La tarde
La familia extensa, la parentela, trabajó la tierra durante siglos hasta que fue desarmada por las revoluciones industriales. La familia nuclear, padres e hijos, se mudó a las ciudades. El periodo de crianza y el plazo educativo se alargaron a más de dos décadas. Los abuelos abundaron. La familia ganó más movilidad y el individuo más conocimiento y capacidad de acción que nunca.
Cada receta de la abuela para conservar la carne y cada proverbio sobre hervir el agua era inteligencia cultural destilada. Un manual de supervivencia perfeccionado por innumerables pruebas y errores. Las familias exitosas, limpias y sanas, fueron copiadas por las otras.
Pero, ¿cuál es el secreto de la eficacia de la familia? No fue la fuerza física ni la inteligencia individual lo que aseguró la supervivencia de nuestra especie. El ser humano, aislado, es frágil. Sin el andamiaje cognitivo, emocional y tecnológico de su grupo, apenas sobrevive.
La historia lo demuestra con aventuras malogradas: exploradores europeos perecieron una y otra vez en Australia, el Ártico canadiense o África, incapaces de adaptarse donde comunidades humanas habían prosperado durante milenios sin más herramientas que el conocimiento cultural.
El pulso del tiempo
Si el entorno cambia con lentitud, a un ritmo geológico, la respuesta es biológica: los genes y la supervivencia del grupo son la clave. La selección natural tiene tiempo de esculpirnos.
Si cambia a una velocidad moderada, a lo largo de pocas generaciones, la respuesta es cultural: la familia se convierte en el vehículo de la sabiduría acumulada, el abrazo junto al fuego.
Si el entorno cambia a una velocidad vertiginosa, como hoy, donde la disrupción es la nueva normalidad, la genética no alcanza y la cultura se queda sin aliento: La primera línea de adaptación recae sobre el individuo.
Hoy, conforme oscurece, hermanas y hermanos, padres y madres ven un recuadro, mueven el dedo hacia arriba, dan scroll hacia abajo, y alguien dice que la familia está cambiando.
Otra vez la noche
Otra noche trae consigo la fatiga. ¿Dónde está el fuego?
Las sombras parecen rodearnos. ¿Dónde está la luz?
El individuo es más que nunca y la sociedad nos engulle. ¿Dónde está el pezón?
Sin cuadros idílicos, ¿recuerdas? Sin visiones de ruinas o desgracias.
Tus ideas son relámpagos. Ardes.
La familia está contigo. Mírala,
La llamada a deshoras que desata tus penas.
La mesa donde siempre cabe uno más.
La canción que compartimos.
Las mismas risas en dos pantallas a miles de kilómetros.
El abrazo que sigue siendo y el silencio comprendido.
Los nuevos hogares.
Ya no casi cantamos: Somos el relato que ilustra, la palabra que defiende y el grito alarmante.
Ya no casi bailamos: danzamos con la furia de existir.
Las mentes arden juntas. Con la familia, sobrevivimos el Pleistoceno y conquistaremos la soledad.
Y en esta noche tan caliente, bajo un cielo brillante y sin estrellas, el fuego que elegimos... el fuego familiar nos ilumina.
Y nos basta.
Para mi familia. En especial, para , que eligió el tema de la semana y me trajo a la vida.
Nuevas Ciencias sigue buscando su voz. Si tienes una sugerencia (más corto, menos técnico, más científico, menos malo) o un comentario, por favor déjalos aquí. Los tomaremos en cuenta.
Homo erectus fue un homínido clave en la evolución humana: dominó el fuego, fabricó herramientas y fue el primero en migrar fuera de África.
El Pleistoceno es la primera época del Cuaternario en la escala temporal geológica. Abarcó las últimas glaciaciones, de hace 2,59 millones de años a hace 11700 años.
Latín focus → bajo latín hispánico focaris → hoguera u hogar.
Joseph Henrich, The Secret of Our Success: How Culture Is Driving Human Evolution, Domesticating Our Species, and Making Us Smarter (Princeton University Press, 2015).
Bernard Chapais, Primeval Kinship: How Pair-Bonding Gave Birth to Human Society (Harvard University Press, 2009). Chapais argumenta que el vínculo duradero entre la pareja sexual, inusual entre primates, fue un pilar evolutivo clave en la transición hacia sociedades humanas complejas porque permitió redes de parentesco más amplias y estables.
Las variaciones en la fisonomía externa entre machos y hembras de una especie.
Papas como Gregorio I y los de la era Carolingia hicieron alianzas con reyes europeos y entendieron que su poder espiritual estaba en la conversión y asimilación.
Este tema está desmenuzado con precisión y un enorme corpus de evidencia en el otro libro de Joseph Henrich, The WEIRDest People in the World: How the West Became Psychologically Peculiar and Particularly Prosperous (Farrar, Straus y Giroux, 2020).
Como siempre, un placer leer Nuevas Ciencias. Gracias por el compacto y súper interesante recorrido. Hay tanto para abundar…
Los primeros segmentos me recordaron la película Quest for Fire, de Jean -Jacques Annaud.
Que lectura tan agradable, me encantó como vas contando la historia de la familia desde su aparición, el cómo , el por qué, debo confesar que llegue al final con lágrimas en los ojos, a pesar de los años la familia evolucionando pero siempre atemporal.
Felicidades y gracias